sábado, 23 de septiembre de 2017

LA INSTRUMENTALIZACIÓN DEL PADRE PÍO POR LA IGLESIA CONCILIAR PARA JUSTIFICAR LA FALSA OBEDIENCIA

Traducción del artículo publicado en NON PRÆVALEBUNT.
  
Hoy es muy conveniente crear confusión al interior de la Iglesia. Los enemigos están bien contentos de ver a la Iglesia Católica presa de una profunda crisis doctrinal y disciplinaria, esperando que todo ello acelere su definitiva desaparición de la escena social y política. El último falso profeta en llevar agua a su molino es el prior Enzo Bianchi, que se presenta como el prior de la Comunidad de Bose, que algunos católicos consideran ser una nueva orden monástica, cuando canónicamente no lo es, porque no respeta las leyes de la Iglesia sobre la vida común religiosa. Algunos lo tienen como un maestro de espiritualidad… Enzo Bianchi viste los ropajes del “profeta” que lucha por la llegada de un cristianismo nuevo (un cristianismo que debe ser moderno, abierto, no jerárquico y no dogmático, esto es, en sustancia, no católico).
 
El hecho de que los media a servicio del género comprenda hasta qué punto de confusión doctrinal y de insensibilidad pastoral se ha llegado en la Iglesia.
  
No se enseña ni qué es el Evangelio, ni la obediencia, mucho menos el significado de la palabra humildad... Sabemos que muchos “católicos” en la Nueva Iglesia se sienten perfectamente en su camino. Es bello poder caminar libremente sin el temor de ofender a Dios; es bello sentirse predicar ciertas nuevas doctrinas que liberen de la obligación de poner en práctica la Santa y milenaria doctrina, es bello para muchos decir que el Evangelio había sido malinterpretado por dos mil años. Algunas personas me han dicho que si Bergoglio dice una cosa es seguramente justa porque existe el “dogma de la infalibilidad papal”; por lo que ¡Bergoglio sería hasta más infalible que el mismo Evangelio!
  
¿Tales creencias son debidas a la ignorancia? ¿O a la comodidad que las aperturas y el Sínodo pudieron dar a todos los pecadores impenitentes que podrán engañarse de salvarse sin el arrepentimiento y la generosa reparación por sus pecados?
  
A menudo tenemos la posibilidad de saber los nombres y apellidos de aquellos católicos protestantizados que votaron a favor del divorcio y del aborto y continúan siguiendo la utopía de un catolicismo englobado a las ideologías políticas liberal-siniestroide, invocando la infalibilidad de ciertos eclesiásticos y el querer abrir su misericordia a los pecadores impenitentes, que bajo la máscara de la falsa piedad desearían mostrarse aun más misericordiosos que Dios mismo (¡!)
  
Necesitaría recordar los pasajes del Evangelio y aquella puerta estrecha indicada por Jesús, mediante la cual nos ha exhortado entrar. ¡Pero seguir el Evangelio no es fácil! Lo sé, ¿quién ha dicho que lo sea? Quien escribe sabe muchísimo cuán difícil es caminar sobre la senda trazada por Cristo, cuán fácil es caer y cuán imposible sería levantarse si la Gracia de Dios no viniese en auxilio del penitente, que no obstante su pecado otra cosa no desea que levantarse y santificarse para poder así vivir eternamente en comunión con Él. Ah sí, porque el pecado es un problema nuestro y no de Dios, cuál humildad podría reivindicar el pecador que desea un Dios a la altura de sus tiempos, obviamente. La Humildad significa de hecho la gozosa sumisión a Dios y a Su Ley y el reconocimiento del don de la Gracia en el camino de Santidad, unido al Sacrificio de Cristo sin el cual ningún hombre puede salvarse.
  
Si algunos discípulos abandonaron a Jesús por la dureza de la Doctrina por Él predicada, y si Jesús no reclama que ellos permanecieran preguntando a los otros: “¿Vosotros también queréis iros?”. Hoy somos llamados a responder con las palabras de San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú solo tienes palabras de Vida eterna”, agregando: “No gracias, no estamos en busca de ilusiones, queremos seguir la doctrina que ha sido fielmente transmitida por los Apóstoles y que la Iglesia ha custodiado por milenios”.
 
Buscamos por tanto entender a qué refiere exactamente el término “autoridad papal”, y explicar que ningún pontífice está por encima de la Verdad, desechando de nuestros corazones todo compromiso con el mundo moderno e ilusiones de Libertad sin Verdad.
 
El dogma de la infalibilidad papal (o infalibilidad pontificia) afirma que el papa no puede equivocarse cuando habla ex cáthedra, o sea, como doctor o pastor universal de la Iglesia (epíscopus servus servórum Dei). Aunque, el dogma vale solo cuando ejercita el ministerio petrino proclamando un nuevo dogma o definiendo una doctrina en modo definitivo como revelada.
  
De hecho, según la doctrina, el magisterio extraordinario de la Iglesia, ejercitado exclusivamente por el Papa, en ciertos casos no posee el carácter de la infalibilidad cuando el Papa mismo no usa explícita y declaradamente (en forma de hacerlo comprender enseguida a todos los fieles) este carisma, de que Cristo ha dotado a la Iglesia para que sea sacramento universal de salvación. Las enseñanzas de los obispos en cambio, no son cubiertas bajo la infalibilidad papal, y de hecho no son absolutamente citadas en la definición del dogma, así como lo expresa la constitución apostólica Pastor Ætérnus, tampoco si la totalidad de los obispos, que están en comunión con el papa, tiene este carisma.
  
De este importante documento del Concilio Vaticano -fácilmente descargable por internet- se evidencia claramente que la definición de “infalibilidad” papal es solo en condiciones determinadas, o sea, si está vinculada con el Evangelio y con la tradición de la Iglesia. Por tanto la pastoral de un Papa podría ciertamente NO SER INFALIBLE (clic aquí). En la acción pastoral el papa es falible como cualquier persona, como ha sucedido en los siglos pasados en el caso del Papa Pío VII, que cedió a los compromisos con Napoleón I, para después retractarse reconociendo el error.
  
El valor de la Tradición es tal que también las Encíclicas y los otros documentos del Magisterio ordinario del Sumo Pontífice en los cuales no se quiere definir ni obligar a creer son infalibles solamente en las enseñanzas confirmadas por la Tradición (Pío IX, Carta Tuas libénter, 1863), esto es, por una continua enseñanza de la doctrina, realizada por diversos Papas y durante un largo período de tiempo.
    
Después de haber explicado la “no infalibilidad” pastoral, pasemos a determinar el significado de la palabra “humildad”.
 
Está muy de moda por ahora hablar del Padre Pío y de su agonía de dos años en una celda de clausura del convento por órdenes de Juan XXIII bis.
  
Sabemos muy bien que el grandísimo santo, San Pío de Pietrelcina, desde el inicio señaló en el Concilio Vaticano II un posible gran peligro para la Iglesia de Cristo. La pregunta es: ¿Habría aceptado Padre Pío una doctrina diversa a la transmitida por los Apóstoles? ¡Obvio que NO!
  
Conocemos muy bien la intransigencia del Padre Pío en el defender la pureza de la doctrina y la pureza de las virtudes, como tuvieron modo de conocerla todos aquellos falsos penitentes que por la curiosidad se acercaban al confesionario quedando desenmascarados de su malicia, estando el padre Pío dotado del “don de conocimiento”.
  
La instrumentalización de la obediencia del Padre Pío es por tanto inoportuna y carente de sentido.
  
Primer argumento: los problemas que dieron inicio a la persecución contra el P. Pío no eran concernientes a cuestiones de Fe, sino a acusaciones relativas a su conducta de vida personal y la no autenticidad de los fenómenos místicos que le rodeaban.
  
En el caso de los tradicionalistas, la puesta en juego es en cambio tan diversa e incomparablemente más importante. Aquí se trata de defender el depósito de la Fe claramente puesto en peligro por doctrinas como el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad episcopal, la negación de la naturleza sacrifical de la Santa Misa y la sacralidad e indisolubilidad del matrimonio compuesto por un hombre y una mujer.
   
Nadie tiene el derecho de vender estos valores fundamentales, ni parece justo delegar exclusivamente a la Divina Providencia un deber como es la defensa de la Fe, que corresponde, en realidad, a cada fiel individualmente considerado. Sería como pedirle a un padre que no trabaje, aunque esté en condiciones de hacerlo, porque, a fin de cuentas, se cree que Dios alimentará a sus hijos.
  
Segundo argumento. A quien objeta que las Verdades de Fe son exclusivamente las expresadas por el “Magisterio viviente” y no las que aparecen en el Catecismo, explicitadas constantemente por la Iglesia Docente y elaboradas por nuestra recta conciencia, se puede responder fácilmente que, si a tanto iban verdaderamente las cosas, no tendría sentido alguno la instrucción religiosa. Bastaría sintetizar todo catecismo en la fórmula: “¡Obedece a tu Párroco y… dobla la cerviz!”.
  
La Fe, como bien sabemos, trasciende nuestra razón pero no la contradice. La razón también es un don de Dios, y tanto quien no la utiliza, como, al contrario, quien la absolutiza, no puede ser agradable al Altísimo.
  
Como se puede ver, por tanto, quien invoca, a menudo en mala fe, al Padre Pío para convencer a clérigos y fieles a la aquiescencia pasiva frente a órdenes claramente injustas, habla a despropósito y busca hacer hincapié inopinadamente sobre la gran devoción popular de la cual está rodeado el gran místico capuchino. Él fue, al contrario, siempre muy intransigente en la defensa de la Fe Católica y no faltaron, en su vida, episodios en que él reprobó ásperamente a hombres de Iglesia rehusando sujetarse a sus pretensiones.
 
Basta recordar, para tal propósito, el claro rechazo opuesto por el fraile, en 1920, al padre Agostino Gemelli que, por encargo del Santo Oficio, le había perentoriamente ordenado de mostrar sus heridas.
   
Fidelidad, por consiguiente, es no modernidad, la palabra de Dios es eterna, Dios no cambia de opinión.
 
«[Jesús dijo a los judíos que creían en él]: “Si permanecéis fieles a mi palabra, seréis de veras mis discípulos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Le respondieron: “Nosotros somos descendencia de Abraham y no hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir: ‘Seréis libres’?”. Jesús respondió: “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo del pecado”». (Juan 8, 31-34).
  
Floriana Castro

2 comentarios:

  1. Especialemente hay dos cosas en el articulo que se me atraganta:

    1) Qué diga que "el grandísimo santo, San Pío de Pietrelcina"... ¿Cómo se sabe que ese señor es santo?... ¿Por el proceso al que los metio la secta del Vaticano II, la misma que la de los proceso de Teresa de Calcuta, del santo subito o de la canonización sin milagro de Roncalli...?

    2) Y luego dice:
    "Sabemos muy bien que el grandísimo santo, San Pío de Pietrelcina, desde el inicio señaló en el Concilio Vaticano II un posible gran peligro para la Iglesia de Cristo. La pregunta es: ¿Habría aceptado Padre Pío una doctrina diversa a la transmitida por los Apóstoles? ¡Obvio que NO!"

    Hombre aquí el artículo simplemente miente:don Pío murio en septiembre del 68, el Vaticano II ternino en el final del 65...Por tanto : ¡ES OBVIO QUE TRAGO CON EL VATICANO II"

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    1. Vd. se atraganta JUSTO AHORA porque quiere, pues si verdaderamente siguiera este blog, encontrará que NO ES LA PRIMERA VEZ que planteamos que el bienaventurado Padre Pío (quien tal vez sea santo, pero no necesariamente por la declaración que hiciera el antipapa Wojtyla Katz -al igual que Carlomagno es tenido como santo, a pesar de ser canonizado por el antipapa Pascual III-) vio el peligro inherente al Vaticano II, y de hecho le habíamos contestado sus interrogantes el pretérito 28 de Abril, y aprovechamos reiterar este aparte: «al iniciarse el conciliábulo, Padre Pío decía “Ahora comienza la torre de Babel”, y luego: “Éste es un concilio que desconcilia”, y pedía que cesara lo más pronto posible, porque “cuanto más tiempo pasa, peor es” (por ello Juan XXIII bis y Pablo VI lo odiaban tanto)».

      Aparte, y con el respeto debido, pero su silogismo “don Pío murio en septiembre del 68, el Vaticano II ternino (sic) en el final del 65...Por tanto : ¡ES OBVIO QUE TRAGO (sic) CON EL VATICANO II” es simplista y falta a la verdad, porque no todo el mundo católico acogió la apostasía entronizada en lo alto: verbigracia, Mons. Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc murió en 1984 y Mons. Marcel Lefebvre en 1991 (muchos años después del Vaticano II), PERO ELLOS NO SE TRAGARON EL V2, SINO QUE LO RECHAZARON.

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